El Disparate de las Condecoraciones a la Princesa Leonor: Una Ilustración Crítica de la Visita Real a Zaragoza


El exceso de honores a la Princesa Leonor: ¿Mérito o mera cortesía política?

La Princesa Leonor recbirá, sin merecerlo las máximas distinciones de Aragón y Zaragoza

Por Edgar A. Poe

El acontecimiento anunciado por las instituciones aragonesas parece rozar el surrealismo. Mientras la ciudad de Zaragoza y la comunidad autónoma de Aragón se enfrentan a desafíos reales que exigen atención y soluciones concretas, sus líderes políticos y figuras públicas se enfrascan en una jornada de excesivas ceremonias de reconocimiento hacia la Princesa Leonor. ¿El motivo? Su breve paso por la Academia General Militar de Zaragoza, un recorrido académico que, a decir verdad, no se diferencia mucho del de otros muchos cadetes que han pasado por sus aulas.

Parece ser que la princesa ha conseguido, sin mayores esfuerzos, lo que muchos aragoneses no logran tras décadas de contribución: el reconocimiento unánime y desmedido de sus «servicios» a la comunidad. Pero, ¿qué servicios son estos? La Princesa ha cursado parte de su formación en la academia, igual que miles de cadetes antes que ella. Sin embargo, se preparan honores que históricamente se reservaban a figuras de profunda relevancia cultural, social o política para la región.

El presidente de Aragón, Jorge Azcón, la alcaldesa de Zaragoza Natalia Chueca y la familia Yarza, propietaria del Heraldo de Aragón, parecen haber «perdido el norte», eclipsados tal vez por el brillo de la corona. En un acto que podría interpretarse como una deferencia excesiva, hasta se rebautizará el Auditorio de la ciudad con el nombre de la futura reina. Este gesto de adulación, lejos de ser visto como un honor, podría percibirse como una muestra de servilismo que no se alinea ni con las necesidades actuales de la región ni con una gestión pública que debería primar la meritocracia y el reconocimiento genuino.

Con una ironía que raya en la crítica, la ilustración acompaña este comentario, mostrando a una princesa ligeramente desconcertada recibiendo medallas desproporcionadas de manos de políticos demasiado entusiastas, con el simbólico fondo de la Basílica del Pilar. Es una imagen que busca reflejar el contraste entre la pomposidad de los honores y la realidad de una contribución que muchos considerarían mínima. La jornada del 21 de mayo, repleta de simbolismos y condecoraciones, puede quedar en la memoria no por la envergadura de los logros reales, sino por la magnitud de una ceremonia que, quizás, tenga más de teatral que de sustancial.

Deja un comentario