Ana Cuevas
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En la última huelga general, un grupo de cómicos peripatéticos que practicamos el activismo satírico, desfilamos por Zaragoza con un peculiar paso procesionario. Vestidos de riguroso luto, y con plañideras incorporadas, portábamos un muñeco disfrazado de obrero y crucificado por los remaches de la contundente reforma laboral. Esta acción totalmente improvisada causó alborozo entre las cabreadas masas que deambulaban por las calles ese día. Hasta tal punto que, lo que empezó como una chanza perpetrada por apenas una docena de payasos/as, acabó siendo apoyada por una marea de jubilosos ciudadanos que exorcizaban sus demonios gracias al sentido del humor.
El humor nos aporta una luz crítica sobre los acontecimientos . Nos coloca en una posición de superioridad intelectual frente a los fanáticos y sus dogmas. Por eso los intolerantes no soportan su tamiz. Por eso también, las caricaturas de Mahoma provocaron el odio irracional de los extremistas islámicos que sesgaron las vidas de los dibujantes cómicos del Charlie-Hebdo. Sus irracionales teorías no soportaban la sátira. Por eso fueron objeto de su odio irracional.
Leo Bassi conoce en carne propia de qué hablamos. Algunos de sus espectáculos han provocado la ira de los sectores más ultracatólicos hasta el punto de recibir cócteles molotov y abundantes amenazas de muerte. No importa si hablamos de musulmanes, judíos o cristianos, el humor no es compatible con los fanatismos. En realidad, es su peor enemigo.
En Sevilla, celebrando el día internacional de la mujer trabajadora, unas activistas utilizaron el sentido del humor para reivindicar la pérdida de derechos laborales y sociales para la mujer. Montaron una performance y sacaron en procesión al «Santísimo coño Insumiso».
El sentimiento religioso es un concepto demasiado etéreo. Una interpretación exacerbada es el origen de la violencia contra el Charlie Hebdo o Leo Bassi. La procesión del «Santísimo coño Insumiso» puede parecer de mal gusto a parte del personal pero solo es una interpretación satírica de la actualidad. Criminalizar el asunto nos devuelve al pasado, a la intransigencia. A aquellos amargos años en los que contar un chiste sobre «Paca la culona» podía mandarte de patitas a la cárcel.
No es buena idea disparar al bufón porque él es el espejo cóncavo en el que se mira nuestra sociedad para que no se le suba la idiotez a la cabeza. Solo es el reflejo esperpéntico del gran esperpento en el que vivimos.