La perversión de las palabras en el mobbing

Por Delia Gi. Médico y autora de una serie de artículos sobre el mobbing en la sanidad aragonesa

No todo el mundo tiene conciencia de lo importantes que son las palabras en nuestro estado de ánimo. Pero las palabras, y el tono con que se dicen, nos pueden herir en lo más íntimo, nos pueden enfermar y hasta matar.

Con ellas nos podemos morir sin que nos toquen ni un pelo y eso lo saben muy bien, y a fe de Dios que lo aprovechan inmensamente, los que nos hacen mobbing.

Con las palabras, los perversos acosadores insinúan, mienten, hacen alusiones malintencionadas, engañan, nos humillan y nos amenazan.

Así entiende Benito Taibo la importancia de las palabras: “La gente le tiene muchísimo más miedo a las palabras que a los cañones. Las palabras han hecho revoluciones, puentes, caminos. Han logrado que la gente se enamore o se odie parra siempre. Hay palabras grandes como monocotiledónea o gastroenterólogo y pequeñitas pero poderosas como paz. Importantes como justicia, imprescindibles como vida, valiosas como sueño, muy poco significativas como dinero,,,Lo importante es como se usan y qué se quiere decir cuando se usan.”

Según Séneca: “Feas palabras, aún livianamente dichas ofenden”.

Y según George Steiner: “Palabras que son saturadas con mentiras o atrocidades no se recuperan fácilmente”.

Gran razón tiene Steiner, yo llevo ya trece años sufriendo el dolor de las palabras y todavía no me he podido recuperar. Aún sigo sufriendo sus consecuencias.

Palabras que se han ido pasando de los perversos Jefe y Director a todos los Jefazos del Salud y de aquí al Sistema Judicial.

Palabras escritas con la única intención de hacerme el mayor daño posible.

En el mobbing las palabras tienen un uso perverso y sirven como arma arrojadiza contra el cabeza de turco que se quiere eliminar; son un arma de destrucción psicológica.

Como dice M:F: Irigoyen: “Efectivamente, por medio de palabras aparentemente anodinas, de alusiones, de insinuaciones o de cosas que no se dicen, es posible desestabilizar a alguien, o incluso destruirlo, sin que su círculo de allegados llegue a intervenir. Él o los agresores pueden así engrandecerse a costa de rebajar a los demás, y evitar cualquier conflicto interior o cualquier estado de ánimo al descargar sobre el otro la responsabilidad de lo que no funciona: ¡No soy yo, sino el otro, el responsable del problema!”

Mediante las palabras el Jefe y mis pseudo-compañeros me han atacado sin piedad, una y otra vez, clavándome muchas puñaladas traperas por la espalda.

Si bien al principio del mobbing el Jefe me atacaba directamente a la cara, o más frecuentemente por teléfono, y a grito pelado, acusándome de no querer acabar mi trabajo cuando en realidad era él quien me lo estaba boicoteando, pasó más tarde a imponerme el vacío y la ley del silencio. Nadie podía hablar conmigo y dieron paso a las puñaladas traperas escritas, sin que yo tuviera constancia de ellas hasta que me abrieron los expedientes.

El Jefe dejó de hablar conmigo directamente y pasó a las acusaciones y denuncias por escrito a Dirección; era el mejor camino para preparar mis dos expedientes disciplinarios.

Y es que el perverso acosador conoce muy bien que las palabras tienen mucho poder y sabe manejarlas para satisfacer su ego y su ambición.